Cuenta la gente más anciana del poblado de Ixcapuzalco, Guerrero, que hace muchos años, cuando las calles eran de tierra algunas y otras empedradas, a las doce de la noche en punto salía un jinete vestido de negro montando un caballo del mismo color, el cual echaba fuego por los ojos y sacaba humo de sus fauces cuando resoplaba.
Este jinete misterioso salía por el rumbo de la antigua escuela primaria del pueblo, que ahora está convertida en colegio de bachilleres. De ahí se encaminaba por la calle Constitución, que es una de las principales de Ixcapuzalco y que va a dar directamente al zócalo. Llegando a ese lugar, el jinete de negro hacía bailar a su caballo durante varios minutos, y sólo se escuchaba el ruido que sus cascos hacían al chocar contra las piedras y el relinchido salvaje que emitía el caballo de vez en cuando, el cual hacía temblar de terror a los vecinos que lo escuchaban.
Ya nadie quería salir por las noches, por temor a encontrarse con ese jinete. Pero la gente le tenía más miedo al caballo que al jinete pues, dicen, en varias ocasiones el caballo cabalgaba solo, sin jinete, trotando por las calles del pueblo y causando el terror de los habitantes, quienes en muchas ocasiones llegaban a ver al caballo negro pero, otras veces, sólo oían el ruido de los cascos del equino, pero no veían al animal, pues éste se volvía invisible, lo cual daba más miedo aún a los pobladores.
La gente empezó a murmurar que era el caballo del diablo aquel que se aparecía por esas calles para aterrorizar a los habitantes, ya que el lugar por donde salía y se ocultaba, dicen, era un antiguo panteón, donde muchos revolucionarios que lucharon al lado del general Pedro Ascencio Alquisiras en la época de la lucha por la independencia, fueron enterrados en ese sitio. Y es por ese motivo que el caballo del diablo cuidaba a esas almas, para que no se las fueran a quitar, pues él creía que le pertenecían por haber muerto sin confesarse y por haber sido enterrados sin la bendición de un sacerdote.
Así que un día las personas más ancianas se reunieron y pidieron ayuda al cura del pueblo, para que fuera a bendecir ese lugar y para que rezara por las almas de los difuntos enterrados ahí. Así lo hizo el cura durante varios días; rezó por el descanso de las almas de los difuntos y bendijo el lugar con agua bendita. Poco a poco empezaron a cesar las apariciones del caballo maldito, hasta que un día desapareció para siempre, con lo cual volvió la tranquilidad al pueblo de Ixcapuzalco.
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